Me acerqué al muelle, un muelle enorme de cemento. En la esquina, apoyado en la baranda, sosteniendo el termo y el mate con las manos, te lloré. Me sentí raro llorándote, y más raro aun cuando te dije hola. Hola, te extraño. Desde el muelle se ven los autos pasar por la Costanera. Es como una autopista, siempre hay autos moviéndose a gran velocidad. El sonido de las ruedas mordiendo el asfalto es infinito y eterno. Sin embargo, dos autos se detienen. De ellos se baja un grupo de personas. Están en silencio. Desde acá se percibe que es una situación extraña, inusual. Caminan lento hasta la pared de la vereda (esa que da al río), oyendo solo las ruedas detrás suyo. Caminan lento pero decididos. No se miran. El muelle se mueve despacito hacia la costa, y estoy cada vez más cerca de ellos. Puedo ver sus caras cuando llegan al borde blanco de un metro de altura. Son personas de muchas edades distintas, pero solo hay un viejo. Es canoso y tiene un saco negro. Có