Hace días que se la pasaba mirando por la ventana. No sé qué era lo que le llamaba tanto la atención, lo único que había ahí afuera era el mismo paisaje de siempre, esa casa amarilla con rejas negras, la otra blanca con rejas también negras, y la concesionaria de usados del Negro Gerjo. No había un auto nuevo, ni se había ido ninguno de los que estaban. Ella ponía la sillita azul ahí, y se apoyaba en el alféizar a mirar. Al principio me pareció otra de sus locuritas y rayes del momento. Pero después de tres días seguía pegada al vidrio. Aunque tampoco se lo iba a preguntar. Sabía muy bien que cuando estuviera lista, ella solita iba a venir con sus dudas y teorías hermosas. Cuando volví del laburo, me atacó con uno de sus abrazos enormes. Me agarró de la mano y me llevó hasta la ventana. -¿Qué ves? -me preguntó, señalando con su dedo regordete. -La casa de doña Estela, el árbol de la vereda de doña Estela, la casa de Samuel y Jimena, el local de Gerjo, los autos del loc