Un papelito va girando por la vereda, empujado por el viento. Como un nene que juega, el papelito salta de un lado al otro, dando vueltas, hasta que choca con el zapato, gigante como un colectivo. El zapato es negro, está un poco sucio, pero es un lindo zapato. El dueño del zapato está quieto, mirando el cuaderno que tiene en una mano. Con la lapicera que tiene en la otra mano, tacha lo que había escrito. Arriba de lo que tachó hay otros cadáveres también tapados por líneas alborotadas. Uno no debería tachar lo que escribe y no le gusta, piensa. Tendría que dejarlo, que quede ahí, algún día lo voy a ver y sentir el paso del tiempo, el avance de mi vida. De dónde saldrán esas cosas que escribo, esas cosas tan insulsas. El hombre vuelve a escribir. La mitad de las manos del mundo se mean encima cuando t- Tacha con más fuerza que antes. Sigue rayando la hoja. Se lo ve enojado. Arranca la hoja y la arruga. Aprieta la mano con la hoja dentro. Se imagina a la hoja de