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Mostrando las entradas de mayo, 2017

bollitos de papel

Un papelito va girando por la vereda, empujado por el viento. Como un nene que juega, el papelito salta de un lado al otro, dando vueltas, hasta que choca con el zapato, gigante como un colectivo. El zapato es negro, está un poco sucio, pero es un lindo zapato. El dueño del zapato está quieto, mirando el cuaderno que tiene en una mano. Con la lapicera que tiene en la otra mano, tacha lo que había escrito. Arriba de lo que tachó hay otros cadáveres también tapados por líneas alborotadas. Uno no debería tachar lo que escribe y no le gusta, piensa. Tendría que dejarlo, que quede ahí, algún día lo voy a ver y sentir el paso del tiempo, el avance de mi vida. De dónde saldrán esas cosas que escribo, esas cosas tan insulsas. El hombre vuelve a escribir. La mitad de las manos del mundo se mean encima cuando t- Tacha con más fuerza que antes. Sigue rayando la hoja. Se lo ve enojado. Arranca la hoja y la arruga. Aprieta la mano con la hoja dentro. Se imagina a la hoja de

deshojación

Una hoja apenas marrón cae de un árbol. Da vueltas, parece ir a la izquierda, pero cambia y gira a la derecha. Cae a más de un metro de su madre. Se queda ahí, tirada, la hoja aventurera. Mira a su madre, la mira y espera. ¿Qué espera? ¿Que la busque, que la levante? Si ella sola fue quien se mandó a volar. ¿O fue su madre quien, cansada de soportar sus prepotencias y aires de madurez, decidió soltarle la rama? Sea como fuera, la cosa es así: árbol y hoja se extrañan, se aman y se miran. Árbol y hoja son distintas, pero iguales también. Madre árbol tiene muchas hojas más para amar y querer, pero siempre recordará aquella hoja que la mira. La hoja apenas marrón solo tiene a su madre, y ya no la tiene más; mirarla desde abajo es lo único que puede hacer, y es lo único que hace. Y, para mal de males, cada vez es más marrón.