Él es el hombre que todo lo explica. Quizás no lo sabe todo, pero no le hace falta saberlo todo; él lo explica igual. Ya sea los choricitos con los que se hacían las vasijas hace miles de años, la evolución de la viola da gamba en un violonchelo, la teoría de por qué Boca no tendría que haber sido descalificado de la Libertadores o qué es lo que hace tan rica a la chicha morada, él lo explica. Y a cada cosa que te explica le añade una especie extraña de aura, o de algo así, que hace que sea muy difícil no seguir escuchando y que tu atención vire hacia lo que él está explicando. Es como un gualicho, más bien. Casi que es una brujería que hace con las palabras, como eligiéndolas perfectamente pero tirándolas al azar, sin demostrar que lo está pensando demasiado. O podría ser también una neblina, una bruma con un dejo épico, legendario, que te adormece y te deja embobado, y hace que sus ojos brillen con cada explicación, y que los tuyos brillen también, sintiendo un orgullo que no sabés