-¿Y, cómo te fue?- le pregunté ni bien se subió al auto. -Bien -me contestó, con la carita apoyada contra la ventanilla empañada. Se quedó mirando hacia el costado, y yo sabía que, en realidad, no estaba mirando nada en especial. -¿Y el beso? -ella sabía muy bien que sin beso no encendía el motor. -No sirven de nada los besos. Estaba enojada. Algo le había pasado, porque nunca me negaba un beso, y menos con ese nivel de profundidad existencial. -¿Qué pasó? -le pregunté, acariciándole ese pelo oscuro que tanto me gustaba de ella. -Nada. Bueno, sí. Estoy enojada porque a los ocho años me voy a separar de vos -me dijo, tratando de contener el llanto con todas sus fuerzas. El mentoncito le temblaba, y una lágrima casi llegó hasta su boca, pero la limpió rápido, como escondiéndola. -¿De dónde sacaste eso? -De todos lados. Los de tercero siempre se empiezan a bajar de los autos una cuadra antes del colegio, y se van sin darles besos a sus mamás. Y los más grandes, pe