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Mostrando las entradas de agosto, 2013

quelagentenolosepa

Hola Vengo a decir que no sé cómo hace la gente para escribir la descripción de una banda y catalogarla según tal o cual género, y me dan curiosidad. No sé cómo lo hacen, cuando un grupo toca un tema de una forma, y toca otro de una forma totalmente distinta al anterior, o en un disco tiene un estilo, y cambia a otro estilo en otro disco. Cuando cada canción tiene su comienzo, su historia, su vida, su fin. Puede comenzar siendo una cosa, y terminar siendo otra que, ni siquiera el que la toca, sabe qué es. Cuando cada canción tiene restos y continuaciones de otras canciones, o respuestas y preguntas a otras más. Cuando cada tema se separa de una generación, o se une a otra, y se junta con las suyas, o se pelea con los demás. Cuando un músico, que le habla a las cuerdas, no piensa si en ese momento está haciendo rock, está haciendo folclore, está haciendo música de mierda, o está haciendo lo que menos basurearán los críticos. Quizá, en ese momento, está haciendo, simplemente, lo que

ida y no vuelta

Saltó la verja que separaba su jardín delantero de césped desaliñado de la calle sobria. Podía ver cómo su remera se quejaba de los golpes que daba su pecho. Caminó unas cuadras, la luz era contagiosa. Y su cabeza se moría de ganas de no pensar más. Y sus piernas le pedían correr, viajar, salir. Volar. Abrió la puerta del bar, y se sentó en la mesa más cercana a la oscuridad. No quería llamar los ojos de nadie, y deseaba que alguien se sentara con él. La pata izquierda de la silla era un poco más cortita que las otras, y acomodó la goma de la suela de su zapatilla abajo de ésta para equilibrarla. Terminó su soda, y salió mirando a los demás clientes con los ojos un poco cerrados y la cabeza levemente inclinada hacia el suelo. El aire gélido le pidió una sonrisa, y no se la negó. A cada segundo que pasaba, sentía su cabeza enfriarse de afuera hacia adentro. Palpaba el cambio de pensamientos. Los del calor se dormían, acurrucados y arrullados por los del frío. Sacó un cigarrillo y lo enc

divagando, segunda

¿Existirá algún lugar que no haya sido tocado de alguna manera por el hombre? Me refiero a los lugares que no sintieron ningún contacto con la gente, sea cual sea, directo o indirecto. Por más chiquito que sea. Un rinconcito que no dé directamente a la entrada de una cuevita que esté a miles y miles de metros en el fondo del medio del Atlántico. O bien abajo de la superficie de la tierra, ahí donde -todavía- no llegaron los pozos de la minería a cielo abierto, que esté entre piedras duras, durísimas, y entre tierra dura como piedras no tan duras. El espacio que deja el fuego en el instante en el que se apaga, porque el fuego es provocado por el hombre, pero no es del hombre. Quizás exista alguno, donde el aire no sepa lo que significa la pólvora, ni acostumbre chocar con edificios, ni sea soplado por ninguna boca que descansa del trabajo. Donde la tierra se mueva sólo por sus ganas, y no sea forzada a parir y criar hijos. Donde las cosas sean del color que quieran, porque no van a habe

de teclados y guitarras

A veces, esas cosas que nos quedan tintineando en la conciencia, necesitan ser expresadas, contadas, gritadas, escupidas. Escritas. Murmuradas. Son flashes de fragmentos de situaciones de algún algo que pasó alguna vez. Flashes que nos remontan a ese momento, que nos hacen recordar toda la escena, o no recordar nada de donde fue extraído. Simplemente, aparecen. Cuando menos lo esperás, se aparecen. Y, generalmente, no les prestamos atención. Pero estas cosas que transitan por allí, singifican otras cosas. Nos pueden hacer ver el sentido de esa acción, o de la situación de la que fue extirpada. Ahora, el que estaba sentado al teclado, movía sus manos enérgicamente, de aquí para allá, de arriba hacia abajo, con una de ellas con los dedos notablemente separados, y la otra con los dedos más juntitos, y después cambiaban de posición, y volvían a bailar de un lugar al otro. Era su momento. En esto, el de la guitarra colgada al cuello y micrófono cerca de la boca, se vuelve hacia él. Y lo

la música en el marote

Suena el parche de un bombo, o quizás un tambor, no sé bien. BUM, bumbum BUM, bumbum BUM, bum, bum, bumbum BUM, bumbum BUM, bumbum BUN, bum, bum. Al ratito aparece un piano. Se sienten los deslices en las teclas, y me imagino que tal o cual sonido proviene desde más allá, o desde más acá, dependiendo si son plines o pluuumes. Son dos instrumentos, y pienso que uno puede prestarle atención perfectamente a los dos, esforzándose en seguir la melodía de los plines y pluuumes, y saltando rápidamente al BUM, bumbum BUM, cuando ellos hacen aparición. Así, voy corriendo de uno en otro, siguiendo las dos melodías en forma. Siento que logré descifrar algo muy importante, algo que debería escribirlo para poder recordarlo más adelante. Pero algo pasa. En determinados momentos, entre los bumes y los plines y los pluuumes, hay otro sonido. Uno que se asoma tímido, pero que podría tener la fuerza de mil gigantes. Un acordeón susurra algunas cosas, pero solo en momentos en los que yo pienso que no lo

kusilla, kusilla

A la tierra que consuela tu llanto, al capullo que se despereza y se abre, al árbol que dice basta y cae en sueño, al grito de la carne en la parrilla chispeante, al viento que seduce al polvo y lo invita a pasear de su mano, al perro que corre y ladra al lado del auto que pasa, al niño que siente el triunfo de haber sido el primero en descifrar lo que significa la letra de la canción, a la mandarina que llama al pájaro y lo anima a probarla, a la sonrisa de esa mujer que alborota al más rojo de los cachetes, al pelo de noche de luna llena ahumado por la chimenea, al gato que se contorsiona y doblega ante la caricia de la mano, a la cal y el cemento en la mañana fría de un agosto, a la hoja coreógrafa que marca el camino del otoño, al chocolate que se derrite al susurro de la llama, a los hijos que se conocen y hacen que sus padres se conozcan, a la señora sentada a las seis de la tarde en la vereda en una silla plegable, a la humedad de mil años de un repasador, a las bromas que una a