La mira. Sabe que en cualquier momento va a arrancar. Ella también lo mira. Sus miradas son las que definen el transcurso del tiempo. Yo sé que todo esto se acabará en el mismo instante en que pestañee. Pero ya no aguanto más, y lo hago. La luz me grita de nuevo, pero ellos ya no están allí o, por lo menos, no están en sus mismas poses. Él salió corriendo, aunque bien podría volar. Ella lo persigue con la cara contraída por la fuerza de su carrera y por la angustia, o la desesperación. Siente que lo va a alcanzar, sus pasos son más largos, más rápidos, más espaciados. Él, que finge miedo, sorpresa, ejecuta lo que practicó miles de veces. Un segundo antes que ella lo agarre, despliega sus alas y se eleva con una sonrisa triunfante, engreída, y gira la cabecita para verla allí abajo. Pero no la ve allí abajo. Un balde de oscuridad se le viene desde arriba, y ahora la sorpresa es real. Sorpresa e incertidumbre. Ella cierra la boca, y aterriza pesadamente, pero se queda allí. No se mueve,