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hoy este fuerte viento que sopla es para mí


Hace días que se la pasaba mirando por la ventana. No sé qué era lo que le llamaba tanto la atención, lo único que había ahí afuera era el mismo paisaje de siempre, esa casa amarilla con rejas negras, la otra blanca con rejas también negras, y la concesionaria de usados del Negro Gerjo. No había un auto nuevo, ni se había ido ninguno de los que estaban. Ella ponía la sillita azul ahí, y se apoyaba en el alféizar a mirar.

Al principio me pareció otra de sus locuritas y rayes del momento. Pero después de tres días seguía pegada al vidrio. Aunque tampoco se lo iba a preguntar. Sabía muy bien que cuando estuviera lista, ella solita iba a venir con sus dudas y teorías hermosas. 

Cuando volví del laburo, me atacó con uno de sus abrazos enormes. Me agarró de la mano y me llevó hasta la ventana. 
-¿Qué ves? -me preguntó, señalando con su dedo regordete. 
-La casa de doña Estela, el árbol de la vereda de doña Estela, la casa de Samuel y Jimena, el local de Gerjo, los autos del local de Gerjo, el cartel que dice "Usados Medina", la calle, el cielo, esa nubecita blanca...
-¿Por qué nadie lo ve? Le pregunté lo mismo a la Nancy antes de que se vaya hoy, y a Tomi el otro día, cuando vino a jugar. Todos contestaron casi lo mismo, pero Tomi mencionó el soretito ese que hay en la vereda de doña Ester y que no lo quiere limpiar -me dijo Milena, y se dio vuelta para confirmar si el sorete seguía allí. 
-¿Y qué es lo que hay que ver? -le pregunté, realmente intrigado, porque me estaba a punto de revelar su idea.
-El viento, pa, ¿qué más?

Me quedé quieto, viendo cómo ella miraba a través de la ventana, cómo sus ojitos marrones seguían el trayecto de algo que no se veía realmente.
-¿Qué viento, Mile? -le pregunté, acariciándole la cabeza. Se enojó, porque sabía que hacía eso cuando quería consolarla o cuando estaba por darle una mala noticia o decepcionarla, y me sacó la mano.
-El viento, mirá. 

No se veía nada, sólo se escuchaban algunos soplidos y nada más. 
-Es lindo, y no se deja ver. Tenés que seguirlo con cuidado, porque es muy tímido. Ahora está allá, mirá, molestando a esas hojas del árbol de la vereda de doña Ester, como haciéndolas tintinear con su propio ruidito de hojas; ahora está levantando tierra del patiecito de la casa de Jime; ahora viene para acá y nos sopla contra la ventana. Y si prestás atención, da una vuelta y se pone a hacer zigzag entre los palitos de las rejas de las casas, toma impulso y salta con toda y mueve el cartel del tío Gerardo. ¿Lo viste?

Sí que lo había visto, y creo que por primera vez. 
-Te quiero, Mile -le dije, y le apreté suavemente el mentón -. Mucho. 

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