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el Don


Se seca las gotas que cosquillas le irritan,
ahí nadie necesita tener un enemigo,
cualquiera sea la tarea ladrada,
el Don le pega sin pegar y lo mata sin matar.

Con sus ojazos limpia las paredes,
y, mientras los de adentro siguen contra la plebe,
se retuerce como cola de chelco
aguantando lo que nadie supone cierto.

En la calle, en la tienda, en la casa y en su cama,
nunca intentó toparse con la hazaña.
Sin embargo, los destinos se reparten para pocos,
y el Don sospecha que él esconde el monstruo.


Y sólo piensa en liberarse,
aunque no sepa lo que signifique la palabra libertad.


Según el Don, el trabajo va entre paños,
pero para él descansa entre comillas;
como una espada de oro que te corta los dedos,
pero por lo menos tocaste un metal precioso.

Sale al encuentro de los más desesperados,
y le sorprende lo tanto que se parecen,
los labios resquebrajados, los ojos aguados;
se vuelve con el espinazo machacado.

Si con una mano tapa el sol,
con las dos estruja su corazón;
lo sacude, plancha, lo dobla
y ya vuelve a estar listo para el grito del Don.


Y sólo piensa en liberarse,
aunque no sepa lo que signifique la palabra libertad.
Y sólo quiere no perderse,
aunque los ojos se le sienten a descansar.




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