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cadenas rotas


Te sentís atado de pies y de manos, te sentís esclavo. La sensación de que nunca jamás vas a salir es lo único que sabés con certeza. Y lo vas a saber toda tu vida, a menos que te dispongas a no saberlo más. Mucho esfuerzo vas a tener que hacer para liberarte las manos y después los pies. Y ahí, recién, podés intentar salir. No es fácil, claro que no. Y creés que lo único que va a pasar es volver chocar contra la pared otra vez. Y lo vas a hacer. Y te va a doler. Y vas a chocarte una vez más, y otra, y así hasta que te des cuenta que los ladrillos de esa pared pasaron a ser bolsas con tierra, y vas a seguir chocando, y vas a notar, de repente, que las bolsas de tierra son ahora almohadones apilados. Y solo van a faltar unos cuantos golpes más, y vas a estar del otro lado. Sin embargo, si no estás de verdad dispuesto a salir, es muy posible que ya te encuentres afuera y no puedas darte cuenta. Es posible que no haya ninguna pared, y solo te choques contra el aire vuelto pesado por tu propia ceguera. Es posible que te arda el corazón solamente porque ya estés acostumbrado a que siempre te haya ardido, y que no sepas que, si te tomás tu tiempo, te relajás y te conocés, el corazón cicatriza más rápido y mejor que cualquier otra parte del cuerpo. No hay dolor más feo que el que es acostumbrado. Es así, triste y difícil, pero... hay que hacerlo.

Del otro lado hay cosas que no te imaginaste nunca. No cosas, sino más bien colores. Todo tiene color de nuevo, y un color que no habías visto antes. Después de haber estado atado de pies y manos, de sentirte esclavo, la libertad se vuelve tangible y hermosa. Se vuelve algo con valor verdadero, y no una sola palabra invisible y utópica. Y esa libertad nueva -nueva pero vieja, porque siempre estuvo ahí, pero nunca antes estuvo ahí- ahora te da valor a vos mismo, y te hace tomar conciencia de las cosas que hiciste, y de las cosas que sos capaz de hacer. Y, más importante, te permite entender si hiciste las cosas bien y diste lo mejor de vos.

Después volvés a caer, y volvés a salir otras veces. Pero siempre ahora es lo peor. No sé lo que quiero, pero sé lo que no quiero, es lo que más te va quedando en la vida. Y, sumando muchos no quiero, armamos nuestro quiero. 

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