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puro humo


De repente, de entre las burbujas del agua, nació el humo. Un humo que, cuando las burbujas se calmaban, se adueñaba del recinto. Se expandía muy lento, pero sin vacilar un segundo. Firme, de a poquito, iba consiguiendo que todos apreciaran su enorme cuerpo gris. Pero no se iba a quedar ahí para siempre. Como si de una aspiradora gigante se tratase, el humo salió disparado por un tubo que nadie antes había notado. Y así nada más, el humo se había ido.
Ahora estaba afuera, más libre que antes, más libre que nunca. Desde arriba podía verlos a todos encerrados en esas paredes verdes, mirándolo incrédulos. Incrédulos y celosos. Jamás habían podido llegar a ese lugar, ni siquiera habían oído hablar de la posibilidad de salir. Pero ahí estaban, mirando el humo libre.
El humo, por su parte, no dejaba de dar brincos y volteretas por todos lados. Saltaba para allá, se enredaba en la silla, jugueteaba con los cuadros, se chocaba con la pared. Pero, ¿qué pared? ¿Acaso no era libre ya? Paralizado se quedó cuando se dio cuenta que estaba encerrado en un recinto mucho más grande y de forma distinta, pero recinto al fin.
Se volvió loco, y arremetió contra la puerta enorme que había a un costado, con la suerte que justo fue a darle al agujero donde entra la llave. Listo, pensó. Estoy del otro lado. ¿Y qué había del otro lado? Más paredes, mucho más grandes y largas, pero mucho más blancas y solitarias. El susto fue tan grande que una lágrima gris cayó en el suelo, evaporándose al instante que tocó la baldosa helada.
Como si su vida dependiera de ello -mierda, y así lo era-, volvió corriendo a la puerta y una vez más atravesó el hueco gigante. Y allí los vio a todos, con los ojos como dos monedas, mirándolo. Mirándolo volver de la muerte, de la vida, de quién carajo sabía qué.
Sin dudarlo un segundo, se hizo chiquitito y entró por el tubo. Pero se quedó así, chiquitito.
-Mentira. Todo es una mentira -fue todo lo que dijo, antes de hacerse tan pequeño que nunca más alguien volvió a verlo.

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