Siete de las ocho cuadras que caminamos estaban repletas de afiches y papeles pegados en las paredes. De todos los colores, con todos los mensajes. Política, publicidad, manifestación. Y, en lugar de ver las cúpulas y los hermosos edificios que llenan Callao, la Mile no sacaba la vista de esos papeles. No sé de cómo no le agarró tortícolis. Si había alguien delante de ella, se lo llevaba puesto, estaba como abstraída. Cada tanto me preguntaba algo que leía en alguno. Leía rápido, y eso que aprendió a leer hace seis meses, nomás. -¿Qué es el interior? -me preguntó cuando pasamos uno que decía que podías viajar a Tucumán por SOLO (así, en mayúsculas) dos mil setecientos pesos. -El interior del país -le contesté, mientras trataba de que no nos pisara el auto azul que acababa de cruzar en amarillo casi rojo. -Por sólo dos mil setecientos pesos -repitió como para sí misma.- Guau. -Sí, es ida y vuelta. Vas y volvés -me molestaba no poder prestarle más atención. -¿Y por qué noso