Siempre fuiste lo que nunca quise que me faltara: el incondicional. Vos me hiciste entender el verdadero significado de esa famosa frase que dice que el mejor amigo del hombre es el perro. Llovía, y estabas ahí. Me salía todo para la mierda, y estabas ahí. Te sacaba cagando, y estabas ahí. Puta, más que un perro, eras una mezcla de animales.
Fuiste un oso de chiquito, cuando tus patas eran del tamaño de tu enorme cabeza y te la pasabas durmiendo debajo del sillón del living, debajo de la cama, debajo de todo. Hasta bostezabas como oso, manteniendo la bocaza abierta tanto tiempo como podías.
León fuiste toda tu vida. Pero no cualquier león; eras de esos majestuosos, con la melena gigante y llena de luz, de esos que dejan a todos sin aliento y con la boca abierta, pero no de miedo, abierta de admiración. Sentado en una esquina mirándome yo ya sabía que eras el rey. No te hacía falta que rugieras. No te hacía falta ninguna batalla. Un Mufasa, pero de verdad. Cuando querías poner una mirada penetrante, te ibas al carajo. No había forma de no quedarse alabándote en silencio.
También fuiste un mosquito, porque no dejabas de romper las pelotas. Durante años me sacaste las ganas de meterme a la pileta. Pero no lo hacía porque sabía que sufrías tratando de rescatarme desesperadamente de lo que vos pensabas era un ahogamiento. No solo me ladrabas; llegaste hasta tirarte de cabeza para morderme del brazo y arrastrarme a la orilla. También eran infinitas las veces que te tenía que esquivar de un salto cuando te acostabas en la entrada de la puerta, de mi puerta, o de la puerta de allá, o de más allá. Te multiplicabas para joder.
Había veces que te llamaba sin llamarte, y vos venías. Había veces que te extrañaba, y, de alguna forma, aparecías. Como apareciste ahora, para ya no aparecer más.
Trato de no ponerme pesado con lo de la mirada, pero es medio difícil. A veces pienso que esos ojos marrones eran demasiado sinceros, y que no podías ocultarme nada, aunque así lo quisieras. Era impresionante verte y saber al instante que tenías hambre, o que estabas triste, o que estabas perfecto.
Sobreviviste a que casi te matara con un veneno para ratas, y ni siquiera me viniste a decir nada. "Tené más cuidado la próxima vez, pelotudo", era -como mínimo- lo que me merecía, y vos te la guardaste como un señor, y seguiste lamiéndome la mano, los pies, la cara, cada vez que tenías oportunidad.
No te creo que no estés más. Y no creo que nadie te crea. Cualquiera que te haya visto, aunque sea una vez, se daría cuenta que es mentira. Sé, en cambio, que vas a seguir siempre en todas las cosas que alguna vez tocaste, oliste, viviste. En todos los pastitos en los que te revolcaste, en todas las hojas que mordisqueaste, en cada litro de agua en el que te sumergiste, y en cada corazón que ablandaste. Sí, te voy a extrañar, y ya te estoy extrañando.
No sé si todos los perros van al cielo, pero sea donde sea que estés, es, sin ninguna duda, el mejor lugar de todos.
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