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ni una menos, ni el interior


Siete de las ocho cuadras que caminamos estaban repletas de afiches y papeles pegados en las paredes. De todos los colores, con todos los mensajes. Política, publicidad, manifestación. Y, en lugar de ver las cúpulas y los hermosos edificios que llenan Callao, la Mile no sacaba la vista de esos papeles. No sé de cómo no le agarró tortícolis. Si había alguien delante de ella, se lo llevaba puesto, estaba como abstraída. Cada tanto me preguntaba algo que leía en alguno. Leía rápido, y eso que aprendió a leer hace seis meses, nomás.
-¿Qué es el interior? -me preguntó cuando pasamos uno que decía que podías viajar a Tucumán por SOLO (así, en mayúsculas) dos mil setecientos pesos. 
-El interior del país -le contesté, mientras trataba de que no nos pisara el auto azul que acababa de cruzar en amarillo casi rojo. 
-Por sólo dos mil setecientos pesos -repitió como para sí misma.- Guau.
-Sí, es ida y vuelta. Vas y volvés -me molestaba no poder prestarle más atención.
-¿Y por qué nosotros estamos en el exterior?
-Estamos en la capital, hija.
-Pero estamos afuera, no estamos adentro. Deberíamos estar todos juntos, ¿no? -me dijo, y fue el único momento en que dejó de ver los papeles para mirarme a mí. Para mirar la cara de tonto que me había dejado, tratando de saber cómo había hecho para llegar a esas conclusiones. 

Una señora pasó a nuestro lado -caminábamos muy lento -, y le agarró el cachete a la Mile, diciéndole que era una hermosura, y se fue sonriendo como recordando alguna nieta. La Mile odiaba que le agarraran el cachete. Tampoco le gustaba que le tocaran la cabeza, pero lo prefería mil veces antes que la cacheteada. Seguimos caminando hasta que se le pasó un poquito la cara de culo, y volvió a la carga.
-¿Ni una menos qué, pa? -me preguntó después de leer con dificultad un grafitti en la pared.
-Es una campaña en contra de la violencia de género -le respondí.
-¿Quién es el violento de género? 
-Es en contra de la violencia contra la mujer, hay gente que trata mal a las mujeres -intenté explicarle cuando pudimos cruzar otra calle.
-Pero, ¿por qué las tratan mal? -parecía confundida, y revoleaba los ojitos por todos lados, fijando la vista en el aire, en una baldosa, en un cartel, en el cielo, como imaginándose mil cosas a la vez. 
-No hay un por qué, no hace falta un motivo...
-¡No, pa! -me interrumpió un poco enojada. -¿Por qué alguien pensaría en tratarlas mal? ¿Quienes son los malos esos?
-No lo sé, hija. Hay hombres que tratan mal a las mujeres, hay mucho machismo, y las mujeres y también muchos hombres se cansaron y quieren que ya no traten mal a ninguna mujer, nunca más.
-Pero no hay que tratar mal a nadie, ni a la plantita del living. ¿Vos también tenés machismo? -me disparó, de repente.
-Bueno, hija, yo intento tener siempre la menor cantidad de machismo del mundo, pero el mundo es muy machista. Hay cosas con las que ya nacemos y que con el tiempo vamos aprendiendo que están mal, ¿sabés? Y de a poco vamos siendo mejores personas. 

Parecía más enojada que antes, la trompa y el ceño fruncido anticipaban que en dos segundos iba a cruzar los bracitos. Y los cruzó, nomás.
-¿Por qué te enojás? -le pregunté, agarrándole a propósito el cachete.
-¡Porque sí! No me gustan los que tratan mal -me gritó sin mirarme a la cara. 

La detuve, me arrodillé al frente de ella y le di un beso en el otro cachete, que ya estaba salado por el reciente paso de una lágrima.
-No, Mile, yo no traté mal a nadie. No soy yo ese, hija -y le sonreí, muerto de amor por esa gordita enojona.

Un señor muy grande que, curioso, se había detenido a escucharnos, miró a la Mile con ternura, y estaba por decirme "qué feminista que tiene el futuro", o algo así, cuando ella se le adelantó. Lo miró fijo con cara de loca, y levantó un brazo con el puño arriba y el pecho inflado de un nuevo orgullo que sentía por dentro.

-¡Ni una menos! -le gritó, sin sacarle los ojos de encima.


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