Una hoja apenas
marrón cae de un árbol. Da vueltas, parece ir a la izquierda, pero cambia y
gira a la derecha. Cae a más de un metro de su madre. Se queda ahí, tirada, la
hoja aventurera. Mira a su madre, la mira y espera.
¿Qué espera? ¿Que
la busque, que la levante?
Si ella sola fue
quien se mandó a volar. ¿O fue su madre quien, cansada de soportar sus
prepotencias y aires de madurez, decidió soltarle la rama?
Sea como fuera,
la cosa es así: árbol y hoja se extrañan, se aman y se miran. Árbol y hoja son
distintas, pero iguales también.
Madre árbol tiene
muchas hojas más para amar y querer, pero siempre recordará aquella hoja que la
mira.
La hoja apenas
marrón solo tiene a su madre, y ya no la tiene más; mirarla desde abajo es lo
único que puede hacer, y es lo único que hace.
Y, para mal de
males, cada vez es más marrón.
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