Esto es un
testamento en contra de la persona que peor puede hacerme, un palabrerío
inerte, sin valor alguno, solo para que el alma capaz de oscurecer la mía sepa
que no lo logrará, que aquí estoy, parado, resistiendo las tormentas de viento
y tierra que no se cansa de arrojarme.
Esta huella sin
sentido es para aquel ente despiadado que habita en los rincones de sombras,
mirando desde allí mi respirar alegre, y me tira piedras; un rincón tan oscuro
y húmedo que ni él mismo tolera.
Este quejido es,
quizás, para rascarme el espíritu, pero no como se rasca la cáscara seca de una
herida que pronto comenzará a sangrar, sino como una cosquilla insistente y tierna en la
barbilla de un gato que levanta su cabeza para que sigamos rascando.
Esto es un
recordatorio para mi ser del pasado, para que sepa que sí, que caí, pero que
también me levanté, con el codo lastimado y manchado de barro.
Esto es una
advertencia para mi ser del futuro, para que sepa que sí, que me levanté, y que
pronto caeré de nuevo, y la fuerza del golpe me asustará, y mucho, pero no tendrá sabor
a nuevo.
Esto es un
letrero luminoso sin luz alguna, con los tubos quemados y rotos, para mi ser
del presente: acá estás, ardido por dentro, pero respirando.
Este papel
desprolijo es un soplo de aire, como aquel que respiro, un soplo que me dice que
la primavera trae nuevos colores, nuevos soles y también nuevos fríos.
Esto no es un consejo, es una cicatriz: fallar para aprender.
Esto es, simplemente,
lo que se lee: la única forma de seguir viviendo.
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