"Un jefe. ¿Qué se sentirá tener un jefe? Alguien del que dependa tu laburo. Al que tengas que recurrir cada vez que necesitás algo, pero a quien siempre ayudás. De una forma u otra, tenés que estar siempre ahí para él. Que cuando los domingos te quieras sentar a ver un poco de fútbol, te esté llamando para romperte las bolas con cuestiones que ni siquiera te importan. Pero no lo podés mandar a cagar. Dejarías de existir para él. Aunque mal no te paga, eso hay que aceptarlo. Y tampoco es que tenés que hacer mucho. Le das bola un ratito, y se contenta. Lo mejor debe ser que no hace falta ni que te vea. Te pide las cosas por teléfono, por mail, o directamente de un grito. Y te grita o te escribe igualmente cuando te tira ese "¡Gracias!", y vos te sentís aliviado, hasta que nuevamente te joda con otra cosa. Ahora, me pregunto: ¿no hay cosas que puede arreglarlas él mismo?, ¿para qué te molesta por cada estupidez que se le cruza por la cabeza? Quisiera, por lo menos una vez, tener un jefe, y no serlo yo. En fin, mejor sigo con lo mío, que ya están empezando a romper los huevos de nuevo. Y, ¿quién más los ayuda, sino yo?"
Esta no es una historia que inventé yo, sino que se inventó sola, mientras un piji revoloteaba dentro de auto gris. Lo único que estoy haciendo aquí es escribirla. Muchos años antes que esta tarde, allá por diciembre del dos mil tres, entré a la habitación de mi madre. Tenía diez años. Ella estaba en su cama, con los ojos todavía húmedos, abrazada a uno de mis hermanos. Hacía una semana que su madre, mi abuela, había fallecido. Trataba siempre de llorar en silencio, en su cuarto, para no entristecernos, para que seamos menos infelices, quiero creer. En ese momento hablaba con mi hermano de algo que no no escuché. Ahora, supongo que ella le estaba contando anécdotas de Carmita, su madre, porque le hablaba con una voz suave y lenta, en un susurro envolvente, mirándolo tiernamente a los ojos desde arriba mientras le acariciaba los rulos. Lo miraba a él, y la miraba a ella. Mi hermano tenía la vista puesta en la pared, o en otro lugar, en los lugares que mi madre le relataba, y la boca
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