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paratríala

II
–Ya se hacían insoportables las horas sin usted aquí, Alexandre –me dijo Marco, mientras guardaba su lapicera importada en el primer cajón, aquél en donde se guardaban las cosas más selectas y preciadas para un hombre de su talla.
­–Gracias, pero no hace falta exagerar­– respondí tratando de pronunciar correctamente, sin que mi estupor quede al descubierto, –vine a ver cómo estaban, a ver si se estaban cayendo a pedazos sin mí –me reí.
–Fuera de toda broma posible, estaba usted en lo cierto. Necesitamos de su ayuda –dijo, y, a decir verdad, me tomó totalmente por sorpresa.
–Así es, Alex. Nos hace falta –dijo Félix.
–Oh, bueno, yo no estaba hablando en serio, como verán…
–Pero nosotros sí, mi querido amigo –me dijo, sonriente, Marco.
–Sabemos que usted no está feliz fuera de este lugar. Queremos que vuelva, y nada más y nada menos que con el caso Ferdinand. ¿Qué le parece? –dijo el otro.
¿Que qué me parecía? Era lo que había estado soñando todas las noches desde hace cinco años, y no podía pensar en otra cosa. No existía nada más gratificante que despertarme sabiendo que debía ir a esa oficina azul todas las mañanas, y estos últimos tiempos había sufrido una abstinencia tan horrorosa que no sabía si iba a poder hacerlo bien.
–Cuenten conmigo, compañeros –fue lo único que pude responder en ese momento.


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Esta no es una historia que inventé yo, sino que se inventó sola, mientras un piji revoloteaba dentro de auto gris. Lo único que estoy haciendo aquí es escribirla. Muchos años antes que esta tarde, allá por diciembre del dos mil tres, entré a la habitación de mi madre. Tenía diez años. Ella estaba en su cama, con los ojos todavía húmedos, abrazada a uno de mis hermanos. Hacía una semana que su madre, mi abuela, había fallecido. Trataba siempre de llorar en silencio, en su cuarto, para no entristecernos, para que seamos menos infelices, quiero creer. En ese momento hablaba con mi hermano de algo que no no escuché. Ahora, supongo que ella le estaba contando anécdotas de Carmita, su madre, porque le hablaba con una voz suave y lenta, en un susurro envolvente, mirándolo tiernamente a los ojos desde arriba mientras le acariciaba los rulos. Lo miraba a él, y la miraba a ella. Mi hermano tenía la vista puesta en la pared, o en otro lugar, en los lugares que mi madre le relataba, y la boca

mientras te amo

Hace veinte minutos que estaba pedaleando, y ella seguía descansando. ¿No iba a cambiar jamás? Apenas aceleraba una vez que yo empujaba con fuerza con mi pie. Y sí, un botecito a pedales para dos personas es muy difícil de mover con un par de piernas. Pero no le iba a decir nada, claro. Si hace dos semanas que no nos veíamos; hoy tengo que callarme y obedecer. Además, ¡cuánto la extrañaba! –       ¿Me estás escuchando? –me preguntó, sacándome de mi estupor. –       Obvio, mi amor. Pasa que estoy concentrado en el recorrido de esta cosa –le dije –       Bueno. Entonces, el profe me dijo que no necesitaba sí o sí hacer la carpeta, pero que, por lo menos, le entregue la tarea que era para la semana pasada –siguió ella. Las olitas que se formaban cuando pasábamos con el bote no llegaban a los dos metros de vida. Morían rápidamente, pero más allá se formaban otras, empujadas ahora por el leve suspiro de la brisa que corría. Y estas nuevas olitas eran más resistentes, y casi llegaba

tu te quiero

Tu te quiero rápido y directo, lanzado así porque sí, es más sanador que mil terapias. Te devuelve la parte que creías perdida, que creías se había ido allá, a ese lugar donde están ustedes, donde no puedo estar, pero estoy también. Tu te quiero, mientras salís disparada yéndote a hacer nosequécosa, sin esperar que te diga mi yo también, te hace salir, otra vez, de ahí, de donde no querés nunca estar, de donde muchas veces cuesta salir. Te ayuda a saber que, estés donde estés, me vas a querer. A tu te quiero, que no espera mi yo también, no le hace falta esperarlo, porque ya lo conoce. Ya sabe que mi yo también va a estar siempre, como tu te quiero, aunque a veces tu te quiero sea más importante y más movilizador, y más buenito, porque no espera mi yo también, porque ya sabe que está, no le hace falta escucharlo. Tu te quiero te sirve la comida, te plancha la ropa, te tiende la cama, te limpia la casa, te abraza, y te besa. Tu te quiero te acompaña. Tu te quiero me acompaña.