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paratríala

II
–Ya se hacían insoportables las horas sin usted aquí, Alexandre –me dijo Marco, mientras guardaba su lapicera importada en el primer cajón, aquél en donde se guardaban las cosas más selectas y preciadas para un hombre de su talla.
­–Gracias, pero no hace falta exagerar­– respondí tratando de pronunciar correctamente, sin que mi estupor quede al descubierto, –vine a ver cómo estaban, a ver si se estaban cayendo a pedazos sin mí –me reí.
–Fuera de toda broma posible, estaba usted en lo cierto. Necesitamos de su ayuda –dijo, y, a decir verdad, me tomó totalmente por sorpresa.
–Así es, Alex. Nos hace falta –dijo Félix.
–Oh, bueno, yo no estaba hablando en serio, como verán…
–Pero nosotros sí, mi querido amigo –me dijo, sonriente, Marco.
–Sabemos que usted no está feliz fuera de este lugar. Queremos que vuelva, y nada más y nada menos que con el caso Ferdinand. ¿Qué le parece? –dijo el otro.
¿Que qué me parecía? Era lo que había estado soñando todas las noches desde hace cinco años, y no podía pensar en otra cosa. No existía nada más gratificante que despertarme sabiendo que debía ir a esa oficina azul todas las mañanas, y estos últimos tiempos había sufrido una abstinencia tan horrorosa que no sabía si iba a poder hacerlo bien.
–Cuenten conmigo, compañeros –fue lo único que pude responder en ese momento.


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