Estábamos todos en esa falsa y temporal microsociedad, como suele ocurrir siempre que subís a un colectivo. Me gustaban esos viajes en los que podía ver las calles, las fachadas antiguas de los edificios, la gente en la vereda, los autos y las personas dentro de ellos, los finitos que les hacía el chofer, siempre esperando que los toque, pero nunca sucedía. También tenía mucho tiempo para pensar en mi vida, y esa era la parte desagradable del viaje. Últimamente sentía que nada era de mi completo agrado, que siempre había algo de las cosas que no me gustaba. Y sumado a eso, mis ganas no hacer nada hacía que sea muy monótona en su cotidianidad. De vez en cuando tenía alguna que otra motivación, que se diluía con el tictac del reloj. Le cedí el lugar a una señora, y me agradeció con una sonrisa. Me bajé mucho antes de donde tenía que hacerlo. Prefería caminar. Despejar mi cabeza un poco, y hacer un mínimo cambio en mi rutina. El sol ya no brillaba arriba como hace un rato, pero su luz rebotaba en las paredes blancas de los edificios.
ver la mañana, sonar tu pelo
sabemos cuál es el castillo
sabemos dónde está el castillo
sin fundamentalismos no seremos
cada quién amará, su propio libro y ley
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