A veces, esas cosas que nos quedan tintineando en la conciencia, necesitan ser expresadas, contadas, gritadas, escupidas. Escritas. Murmuradas. Son flashes de fragmentos de situaciones de algún algo que pasó alguna vez. Flashes que nos remontan a ese momento, que nos hacen recordar toda la escena, o no recordar nada de donde fue extraído. Simplemente, aparecen. Cuando menos lo esperás, se aparecen. Y, generalmente, no les prestamos atención. Pero estas cosas que transitan por allí, singifican otras cosas. Nos pueden hacer ver el sentido de esa acción, o de la situación de la que fue extirpada.
Ahora, el que estaba sentado al teclado, movía sus manos enérgicamente, de aquí para allá, de arriba hacia abajo, con una de ellas con los dedos notablemente separados, y la otra con los dedos más juntitos, y después cambiaban de posición, y volvían a bailar de un lugar al otro. Era su momento. En esto, el de la guitarra colgada al cuello y micrófono cerca de la boca, se vuelve hacia él. Y lo mira. Y el tecladista lo mira también. Se sonríen. Una sonrisa testigo, una sonrisa culpable. Una sonrisa cómplice. El guitarrista se acerca y gira bruscamente la perilla del volumen del teclado, hasta que llega al máximo. Hecho esto, levanta sus manos en señal de acompañamiento. El tecladista se envuelve en un frenesí charlygarciano abrumador. Luego, le tira una mirada de agradecimiento al de la guitarra. Se ríen. Y entiendo, finalmente, lo que es el rock.
Ahora, el que estaba sentado al teclado, movía sus manos enérgicamente, de aquí para allá, de arriba hacia abajo, con una de ellas con los dedos notablemente separados, y la otra con los dedos más juntitos, y después cambiaban de posición, y volvían a bailar de un lugar al otro. Era su momento. En esto, el de la guitarra colgada al cuello y micrófono cerca de la boca, se vuelve hacia él. Y lo mira. Y el tecladista lo mira también. Se sonríen. Una sonrisa testigo, una sonrisa culpable. Una sonrisa cómplice. El guitarrista se acerca y gira bruscamente la perilla del volumen del teclado, hasta que llega al máximo. Hecho esto, levanta sus manos en señal de acompañamiento. El tecladista se envuelve en un frenesí charlygarciano abrumador. Luego, le tira una mirada de agradecimiento al de la guitarra. Se ríen. Y entiendo, finalmente, lo que es el rock.
Comentarios
Publicar un comentario