Estaba en la casa de una amiga, pero no parecía su casa. Era un departamento con una habitación, el baño y nada más. Había un perro, no muy grande, blanco, con las orejas un poco más oscuras. También había un cerdito, rosado, parecía suave, con rico olor, tan chiquito que se podía sostener en una mano. Era raro, porque a mí nunca me gustaron mucho las mascotas estrambóticas. No congenié jamás con loros o catas; siempre me atacaban, o no querían repetir las palabras que yo les decía. Las tortugas me parecían aburridas, siempre ahí quietecitas sin hacer nada. Los peces... bueno, son peces. Una vez, no se por qué, tuvimos en casa una pecera enorme con algo adentro. Creo que eran moscas, que comían carne e iban a engendrar unos gusanos carnívoros. O algo así. Tuvimos, también, un quirquincho, durante dos o tres días, adentro de una caja grande de cartón. Con un amigo encontramos, en el fondo del patio de casa, una víbora ciega. Era violeta, con la cabeza blanca en punta, como un lápiz. Era gorda y de unos treinta centímetros. Me acuerdo que le pusimos de nombre Chucura, porque mi hermano entró gritando a mi pieza que le dejáramos una "chucura" de helado, y el nombre le calzó justo. Un amigo de mis viejos nos regaló un conejo, que creo que le pusimos Garfield. Cuando engordó, se lo regalamos a la chica que trabajaba en casa, que lo miraba con muchas ganas. Seguro no fue lasagna, pero a alguien alimentó. Saco de este reconto a los perros y gatos, porque no son extravagantes, y porque la lista no terminaría jamás.
Mi amiga estaba en el baño, maquillándose, o algo así. El perro, como si de comer lo más normal del mundo se tratara, se metió el chanchito en la boca y lo tragó sin masticar. Mi reacción fue la de un desesperado que no sabe qué hacer ante una persona que se asfixia. Quise avisarle a mi amiga, pero estaba tan concentrada en el espejo que supuse que no me iba a dar bola. La puerta, sin embargo, estaba abierta. Me di vuelta con el semblante totalmente decidido, y le ordené al perro sacar al cerdito de su estómago. Fui severo, y él me vio y supo que no estaba jodiendo. Su lengua se volvió hacia adentro y el pequeño animalito rosado salió de la boca del perro como deslizándose por un tobogán. Y, como de un tobogán se trataba, el cerdito se reía. No estaba sucio, y lo levanté y lo acuné.
El celular me trajo groseramente a la cama. Era mi nono, así que puse mi sobresaliente voz de "estaba en el sillón, viendo fútbol, y no durmiendo".
Cuando volví al mini departamento, estaban ahí otra vez los mismos animales, y mi amiga seguía en el baño, frente al espejo. De nuevo, el perro se tragó al cerdito. Volví a encarar al baño, pero mi amiga seguía inmersa en su reflejo. Ordené al perro escupirlo, como antes, pero me miró afligido y movía su cabeza diciéndome "no, no puedo". Apreté su panza, con mucha fuerza, y de su boca no salió un chanchito chiquito y suave. Un cerdo grande, del tamaño de un nene de cuatro años y un rosa más pálido que antes, quedó tendido boca arriba en la cama. No respiraba, y miraba infinitamente al techo. En su pecho, de manera exagerada, sobresalía una carnaza, del tamaño de una nuez. Parecía, en realidad, un nudo de nervios. Sentí, en ese momento, que debía reanimarlo oprimiéndole ese botón chicloso. Junté los dedos, como haciendo montoncito, y apreté una y otra vez. Nada. No reaccionaba. No se por qué, pero me imaginé a un bebé recién nacido. Lo levanté de una pata y le di un golpecito en la cola. Lo golpeé más fuerte y, de repente, el animal, ahora gordo, desagradable y grande, escupió un llanto crudo y estremecedor, sangre y demás líquidos por todos lados. Mi amiga seguía retocándose, y yo seguía sin avisarle nada por miedo a que no me diera bola. Yo estaba empapado en esa salsa asquerosa. La habitación, sin embargo, estaba igual que siempre.
El teléfono volvió a transportarme. Me toqué el pelo y la remera, esperando encontrar la cosa repugnante. Estaba seco, y no contesté la llamada. Quise volverme a dormir, para poder saber qué pasó con el cerdito, con el perro y con mi amiga, pero el sueño ya había quedado allá, en ese departamento que nunca antes vi, y que nunca más voy a ver.
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