Sus palabras salieron como una lanza que raja el viento sin dolor, y se clavaron en medio de su pecho. Un susurro suave, enternecido, acogedor, cantado en gritos y soplidos. Naturaleza viva, surgiendo de las entrañas de sus labios, carne de la tierra. El mundo se le torna más comprendido, más suyo, más fácil. Más fresco. El pentagrama se contorsiona, y el arco abraza las cuerdas y se queda allí, mirándolas, besándolas.
Las hojas pestañearon al sentir la brisa de su voz, cálida y húmeda a la vez. Empujaron una lágrima gigante que subió sus tallos hasta llegar al mismo cielo, y las nubes bailaron al son del bombo y su retumbar. El rasguido de su boca y la mano de su cuerpo caminaban sobre la armonía y el caracol en la oreja. No hay nada más lindo que mostrar música.
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