No es la de uno solo. Son las de todos. Y de todo. De los árboles, de las hojas, de la tierra y el sol. Del agua, del pan y el tomate. De los ojos, de las bocas y las manos. De cada una de las veces que quisimos saber cómo hacer. De mis errores, pero también de mis aciertos, por más invisibles que sean. De las risas y los llantos, de los gritos y los besos. De las flores, del tallo y -¿cómo no?- de las raíces.
Son criaturas sobrenaturales. Un alma que se divide en dos cuando da a luz, quedándose con la parte más pequeña para ellas mismas. Por eso hablan del instinto materno, de que saben siempre cuando nos pasa algo. La mentira se acabó, señoras: sabemos que no existe tal cosa, que lo sienten por el simple hecho de tener gran parte de su ser en el nuestro. Pueden seguir insistiendo con eso del instinto, que cuando somos chiquitos se enteran de todo por ese "sexto sentido". Pero no hay ningún sentido extra. Porque sabemos también que, aún de grandes, ustedes se enteran de todo por esa partición del alma. Y tampoco es un instinto, porque ustedes lo hacen adrede. ¿O se piensan que creemos que alguien las obliga a saberlo todo, a percibir nuestros problemas, en contra de su voluntad? No, señoras. Es una decisión solamente suya, y de nadie más
Cada uno sabe qué festejar cada día. Pero, por ahí, no son festejos, sino agradecimientos. Y no se los hace un solo día. A veces creo que, ya que el consumismo creó miles de días para miles de cosas distintas, hay que aprovecharse, y usarlos para decir las cosas que no decimos todo el tiempo, a cada minuto. Porque, en mi caso, yo te lo agradezco cada día, mamá.
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