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naturalezas



Abre los párpados. Una gota está a punto de caerle sobre la cara. Se refriega los ojos; tiene toda la cabeza mojada.

Vuelve a frotarse, intentando que su vista se acostumbre a tanta luz. De a poco descubre el cielo, la calle, los autos. Ve la gente pasando a su lado, mirando cómo se despierta.

Se sienta sobre la cama de cartón. Y se queda ahí, mirando. Esta mañana está particularmente enojado, o triste. O desanimado.

Hasta cuándo, piensa. Hasta cuándo aguantamos.

Agarra el sánguche que la noche anterior había decidido dividir en dos para no morirse de hambre al día siguiente, y se lo come. El tomate tiene gusto a podrido, y la lechuga está tan achicharrada que ya no parece lechuga. Es un pedacito verde oscuro de papel crepe.

Qué hacen con nosotros, piensa mientras se hurga los dientes con el dedo meñique.

Se levanta y entra al restorán del otro lado de la calle. Saluda al viejo que atiende detrás de la barra. Siempre lo mira con lástima y ganas de que no entre más al restorán. Los problemas no están si están lejos nuestro.

Le pide un vaso de agua, se lo toma y sale rápido, sin hacer caso a las miradas de los demás. No va a poder seguir yendo mucho tiempo más, y lo sabe.

Vuelve a cruzar la calle y se sienta en su cama. Ve a un costado, un hombre revuelve la basura. No vas a encontrar nada ahí, le grita. El hombre lo mira, asiente y se va.

No aguanto más, piensa. Cada vez hay más gente en la calle, más gente buscando comida en los tachos. Te venden medias abrigadas en verano, desesperados. Las cucarachas, las palomas, las ratas nos caminan encima. Somos invisibles.

Se seca una gota que le cae desde la sien hasta la barba. Este calor agobiante, piensa. No hay luz, no hay agua. En todos lados hay olor a basura.

Agarra su mochila y se levanta. Empieza a caminar por la calle, en dirección al basurero grande que está en la otra cuadra.

Papeles verdes, papeles fucsias, papeles celestes, papeles blancos, papeles grises. Todos ofreciendo mujeres. Mujeres que no puede ni siquiera pagar, y solo se limita a imaginar y maldecir. Imaginar y desear. Desear y maldecir.

Gente de traje y muy mal humor. Llega hasta el contenedor. Sostiene la tapa con un palo que saca de la mochila. Las veredas que no están hechas mierda y siendo eternamente arregladas, están llenas de gente tirada, piensa.

Dentro del contenedor hay olor a vómito. Mueve la cabeza esperando acostumbrarse. Los sentidos se acostumbran, los ojos a la oscuridad y a la luz, la nariz al olor dulce o a podrido, la piel al frío o al calor, el gusto al picante, el oído al silencio o al ruido, pero yo no me acostumbro a este mundo, piensa. Este mundo nos está matando, lento, muy lento.

Al lado del contenedor, un cartel con una publicidad de hamburguesas llama su atención. Mira al frente, del otro lado de la calle: oferta del plato del día. Atrás suyo, más comida en papel. Mujeres, comida, ropa, películas, todo en papel, piensa. Todo te muestran.

A lo lejos se escucha una bomba de estruendo, y nace el rumor de una marcha. Se golpea la pierna con la palma de la mano, matando al mosquito que había quedado enredado entre sus pelos.

Levanta la mano y se tapa la cara. Llora. Nadie le dice nada, nadie se acerca. Pasa un colectivo lleno de gente, todos miran. Todos miran. Mirar es gratis, mirar es la única libertad, piensa y se tapa los ojos con fuerza.

Los autos tocan bocina por la marea de gente que se acerca caminando por la calle.

Saca de su bolsillo unos billetes arrugados, y entra al supermercado. A la salida, le revisan todos los bolsillos. No dice nada, solo espera que lo revisen.

Las sirenas de un camión de bomberos lo aturden en la vereda. Se queda atascado en el embotellamiento. Abre el paquete de galletitas que acaba de comprar, y se come una. Qué hostilidad, piensa.

Pisa una baldosa floja que le salpica los pies transpirados con agua podrida. Todo en esta ciudad es pegajoso, piensa. Tengo barro en el cuerpo, nicotina en los pulmones, hollín en las venas.

Un nene pasa a su lado, agarrado de su madre. Lo mira y lo señala. Le sonríe, el nene se asusta, la madre lo sube a sus brazos. Se tapa la cara y llora. Quizás no estamos hechos para vivir toda la vida, piensa. Quizás este tiempo está de más, y estamos viviendo de sobra. Quizás ya estamos saturados.


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