Ir al contenido principal

¿qué pasa?




¿Qué pasaría si todo fuese una farsa, como esas en las que todo es de cartón y fantasía, con gente que camina a tu lado, te choca, te mira disimuladamente, quizás te sonríe, toda gente actuando ser gente, ser nadie, y el único que no está enterado de esto soy yo, solitario idiota que avanza baldosa a baldosa, pisando las grietas del asfalto viejo y también falso, esquivando autos de cotillón en una bicicleta desinflada, con frenos que apenas frenan, como si quisieran recordarme lo inútil que son mis manos cuando de chocar se trata, aunque jamás choque porque no está escrito en el guion de la comedia, y lo único escrito sea una sola palabra, la farsa, levantando bambalinas con forma de edificios importantes y sinceros, salpicando de realidad todo a mi alrededor con gotas de alquitrán, empujando personas para cruzarlas en mi camino, haciéndome responsable de eludirlas o llevármelas puestas cuando yo no tengo ninguna decisión, y lo único real, lo único escrito cuando se rasca con fuerza (mucha fuerza) la farsa, es el dolor, el dolor de esquivar, el dolor de chocar, el dolor de apretar con angustia los dientes esperando que toda la farsa alrededor sea verdad y sabiendo que es una farsa, el dolor de sonreír ante la mentira, el dolor de callar la voz para no gritar contra toda la farsa inmunda que atosiga, el dolor de sentir el alquitrán correr por la piel arrancando pelos y quemando rasguños, el dolor de quedar tirado en medio de la farsa, sin poder respirar, mientras la farsa sigue su farsa, mientras todos bailan y toman, mientras afuera, por entre los pequeños espacios de la música trucha, se escuchan los autos todavía pasar sin descanso, porque la farsa jamás descansa (ni siquiera en las noches cálidas y hermosas en las que parece que todo se sale de libreto), jamás afloja la soga que nos aprieta el cuello, que nos aprieta el pecho y no nos deja ser libres de andar, de llorar, de saltar, libres de amar, y qué pasaría si todo fuese de verdad?

Comentarios

Entradas más populares de este blog

memorias de un piji

Esta no es una historia que inventé yo, sino que se inventó sola, mientras un piji revoloteaba dentro de auto gris. Lo único que estoy haciendo aquí es escribirla. Muchos años antes que esta tarde, allá por diciembre del dos mil tres, entré a la habitación de mi madre. Tenía diez años. Ella estaba en su cama, con los ojos todavía húmedos, abrazada a uno de mis hermanos. Hacía una semana que su madre, mi abuela, había fallecido. Trataba siempre de llorar en silencio, en su cuarto, para no entristecernos, para que seamos menos infelices, quiero creer. En ese momento hablaba con mi hermano de algo que no no escuché. Ahora, supongo que ella le estaba contando anécdotas de Carmita, su madre, porque le hablaba con una voz suave y lenta, en un susurro envolvente, mirándolo tiernamente a los ojos desde arriba mientras le acariciaba los rulos. Lo miraba a él, y la miraba a ella. Mi hermano tenía la vista puesta en la pared, o en otro lugar, en los lugares que mi madre le relataba, y la boca

mientras te amo

Hace veinte minutos que estaba pedaleando, y ella seguía descansando. ¿No iba a cambiar jamás? Apenas aceleraba una vez que yo empujaba con fuerza con mi pie. Y sí, un botecito a pedales para dos personas es muy difícil de mover con un par de piernas. Pero no le iba a decir nada, claro. Si hace dos semanas que no nos veíamos; hoy tengo que callarme y obedecer. Además, ¡cuánto la extrañaba! –       ¿Me estás escuchando? –me preguntó, sacándome de mi estupor. –       Obvio, mi amor. Pasa que estoy concentrado en el recorrido de esta cosa –le dije –       Bueno. Entonces, el profe me dijo que no necesitaba sí o sí hacer la carpeta, pero que, por lo menos, le entregue la tarea que era para la semana pasada –siguió ella. Las olitas que se formaban cuando pasábamos con el bote no llegaban a los dos metros de vida. Morían rápidamente, pero más allá se formaban otras, empujadas ahora por el leve suspiro de la brisa que corría. Y estas nuevas olitas eran más resistentes, y casi llegaba

tu te quiero

Tu te quiero rápido y directo, lanzado así porque sí, es más sanador que mil terapias. Te devuelve la parte que creías perdida, que creías se había ido allá, a ese lugar donde están ustedes, donde no puedo estar, pero estoy también. Tu te quiero, mientras salís disparada yéndote a hacer nosequécosa, sin esperar que te diga mi yo también, te hace salir, otra vez, de ahí, de donde no querés nunca estar, de donde muchas veces cuesta salir. Te ayuda a saber que, estés donde estés, me vas a querer. A tu te quiero, que no espera mi yo también, no le hace falta esperarlo, porque ya lo conoce. Ya sabe que mi yo también va a estar siempre, como tu te quiero, aunque a veces tu te quiero sea más importante y más movilizador, y más buenito, porque no espera mi yo también, porque ya sabe que está, no le hace falta escucharlo. Tu te quiero te sirve la comida, te plancha la ropa, te tiende la cama, te limpia la casa, te abraza, y te besa. Tu te quiero te acompaña. Tu te quiero me acompaña.